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Época de chapulines

Fe de ratas

 

Por:  José Javier Reyes

 

 

Además del otoño, estación en que las plagas se ciernen sobre los cultivos maduros, la época preelectoral también es propicia para que aparezca una de las plagas más singulares: la de los chapulines. Pero a diferencia de los insectos que devoran el maíz y el centeno, los chapulines de la política no asolan los campos, sino los cargos de elección popular. Y da lo mismo si brincan de una alcaldía a la diputación local o de ésta a la diputación federal o si recorren este mismo camino en sentido inverso. Lo importante es cumplir con el mandamiento que dictara aquél famoso político veracruzano, César Garizurieta, alias “El Tlacuache”, quien sentenció: “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”.

Y vaya que sí es un error alejarse de la ubre nutricia del erario. Sería el equivalente de tomar la “chiquitolina” del Chapulín Colorado: desaparecer de la escena pública. Lejos de ese cálido fogón que es la nómina oficial, la vida puede tornarse triste, y el futuro, incierto. Hay que estar en el candelero, donde se pueda y como sea. También al popular “Tlacuache” se le atribuye (no sé si con razón) la frase: “a mí no me den, nomás pónganme donde hay”.

Es que habiendo tanta vocación de servicio de parte de nuestras autoridades electas es un verdadero desperdicio dejarlos fuera de algún cargo o por lo menos, de la posibilidad de pelear por éste. En otra época era el PRI quien designaba a los afortunados que gozarían de tres o seis años de bonanza; hoy las posibilidades se han multiplicado y el futuro presidente municipal o legislador puede surgir de cualquier fuerza política. De manera que soslayar los esfuerzos de quienes buscan acomodarse en el mejor lugar para brincarle al siguiente peldaño de su carrera política es, cuando menos, injusto. Sería aprovecharse de su nobleza.

Entendemos así que el chapulinismo no es fenómeno de la política local sino un derecho constitucional que debe ser consagrado y preservado. Y al grito de “¡síganme los buenos!”, la alegre plaga viajará de un puesto a otro, de una oficina a otra, negándose a vivir en el error. Aferrándose con sus muchas patas a un jugoso filón que por un error de semántica también le llamamos “el hueso”.

Lástima que ello ocurra a costillas de sus actuales cargos y pese al voto de sus representados. Alcaldías ocupadas por el segundo al mando en el cabildo o curules donde se apoltronan los suplentes de los legisladores son el signo de estos tiempos, pero ¿qué se puede hacer? Negarle a los electos el permiso para ausentarse de sus cargos es negarles el derecho de brincar a otro trampolín, que igualmente dejarán, si  los vientos soplan propicios. Todos sus movimientos están fríamente calculados.

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