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Menos desperdicios y más escuelas, con un ladrillo de plástico a la vez

Abiyán, Costa de Marfil — La mujer salió antes del amanecer. Sus cuatro hijos todavía estaban dormidos en su casa de bloques de hormigón en Abobo, un laberinto de tiendas y viviendas lleno de trabajadores portuarios, conductores de taxi, obreros de fábricas y vendedores callejeros.
 
Ella y una amiga cruzaron al lujoso vecindario de Angré, hogar de médicos y hombres de negocios. Allí recolectaron los desperdicios plásticos de esos consumidores en unas bolsas que colgaban de sus hombros, mientras los gallos anunciaban el amanecer que se reflejaba en los muros cubiertos de buganvilias de las residencias.
 
Mariam Coulibaly forma parte de una legión de mujeres en Abiyán que se ganan la vida recogiendo desperdicios plásticos en las calles y vendiéndolos como material reciclable. Ahora son las impulsoras de un proyecto que convierte la basura en ladrillos de plástico para construir escuelas en todo el país.
Están trabajando con una compañía colombiana para convertir los desperdicios plásticos —una plaga de la vida moderna— en un activo que ayudará a que algunas mujeres ganen un salario decente mientras limpian el medioambiente y mejoran la educación.
 
Lo considera una oportunidad para mejorar su vida e incluso para ascender a la clase media. Los compradores actuales “no nos pagan bien”, dijo Coulibaly. “Este proyecto nos ayudará”.
 
Durante el año pasado, con el proyecto se construyeron nueve salones de clases utilizando ladrillos de plástico reciclado en Gonzagueville, un rústico vecindario en las afueras de Abiyán, y en dos pequeñas aldeas campesinas, Sakassou y Divo. Las primeras escuelas fueron construidas con ladrillos importados de Colombia. No obstante, en otoño, una fábrica que se está construyendo en el parque industrial de Abiyán comenzará a producir ladrillos en esta localidad.
 
Los nuevos salones de clases que fueron fabricados con ladrillos de plástico son muy necesarios. Actualmente, algunos salones albergan hasta noventa estudiantes, según el ministro de Educación del país. La empresa que está construyendo la fábrica, Conceptos Plásticos, tiene un contrato con Unicef para terminar 528 salones de clases para atender a unos 26.400 estudiantes, con un estimado de cincuenta alumnos por salón.

En la pequeña aldea de Sakassou, los habitantes extraen agua del pozo con una bomba de pedal, crían cerdos y pollos, y cocinan con leña. Hasta este año, la escuela a la que iban los niños estaba en un edificio tradicional que fue construido con madera y ladrillos de adobe. El adobe se erosiona por el sol y la lluvia, y debe repararse constantemente.

Sin embargo, los nuevos salones de clases de plástico prácticamente podrían durar para siempre. Los ladrillos interconectados parecen piezas de Lego negras y grises. Retardan la acción del fuego en posibles incendios y permanecen frescos durante la temporada de calor. El otro día, los aldeanos usaron uno de los salones de clases con decoración colorida para hacer una reunión de la aldea.

“Esto es diez veces mejor”, dijo Joachim Koffi Konan, director de la escuela en Sakassou.

El proyecto no sería posible sin la capacidad de organización de Coulibaly, presidenta de una asociación comunitaria para mujeres con doscientas integrantes llamada The Fighting Women (las luchadoras).

Ella ha recolectado basura durante casi veinte años, desde que tenía 15. Su esposo es conductor de woro-woro, un taxi colectivo.

Una mañana reciente, después de recoger basura, fue a casa para realizar los quehaceres y luego regresó a trabajar de noche, en esa ocasión en el enorme mercado al aire libre de Adjamé, a la hora del cierre.
 
Ella y otras mujeres iban y venían por los callejones de luz tenue, pasando incluso por los locales del pescadero y el sastre, quien aún estaba trabajando frente a su máquina de coser. Recogían hasta las pequeñas bolsas triangulares de plástico usadas para vender un trago rápido de agua en la calle.
 
El salario mínimo oficial del país es de aproximadamente 25 dólares a la semana, aunque muchas personas ganan bastante menos. Las mujeres dicen que ganan de 8,50 a 17 dólares a la semana.
 
Coulibaly destina su dinero a las colegiaturas en una escuela privada para sus tres hijos de edad escolar: uno dice que quiere ser piloto, otro quiere estudiar medicina y a otro le gustaría ser policía.
 
Las mujeres de la asociación destinan algo de dinero a un fondo que después se redistribuye, lo cual asegura que, si una de ellas se enferma, aun así reciba algunos ingresos.
 
El proyecto fue idea de Aboubacar Kampo, un médico que acaba de terminar un periodo como representante de Costa de Marfil en Unicef. Reclutó a Conceptos Plásticos, una empresa comercial de reciclaje de plástico que tiene la misión social de construir viviendas y generar empleos para personas pobres. Los fundadores, Óscar Andrés Méndez e Isabel Cristina Gámez, su esposa, acordaron trabajar con Kampo después de visitar Costa de Marfil el año pasado.
 
Se sintieron conmovidos al ver a las mujeres que llevaban a sus bebés mientras recogían basura en Akouedo, un vertedero conocido por ser un lugar donde se desechan desperdicios peligrosos, y creyeron que podrían ayudar. “Tuvo un gran impacto en nosotros”, comentó Méndez.
 
La pareja se mudó a Abiyán en junio para comenzar el proyecto y planean llegar a otros lugares de África occidental.
 
Esperan emplear a treinta personas en la fábrica y comprar el plástico de casi mil mujeres en su primer año de operaciones.
 
Los primeros salones de clases costaron aproximadamente 14.500 dólares cada uno, en comparación con los 16.500 dólares por cada salón de clases de concreto, dijo Méndez. Se espera que el precio baje un 20 por ciento cuando los ladrillos se fabriquen localmente.
 
No hay escasez de desperdicios plásticos. Abiyán produce cerca de 300 toneladas de plástico al día, pero solo un cinco por ciento se recicla, dicen los organizadores del proyecto. Cada salón de clases necesita alrededor de cinco toneladas de plástico para su construcción.
 
Kampo imagina un futuro en el que también se construyen viviendas de plástico para los profesores y letrinas para las escuelas. Los profesores de Sakassou comparten casas, pues sus familias viven en otras aldeas. En Gonzagueville hay catorce letrinas para 2700 niños y sus profesores.
 
Antes de que todo esto pasara, la lideresa de The Fighting Women había estado considerando una nueva línea de negocio: vender bebidas frías.
 
Ahora, dice Coulibaly: “Creemos que hay futuro en el plástico”.
Fuente: NYT

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