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No fue el cerebro, sino la pelvis la que cambió la historia de la humanidad

No es el cerebro. La parte del cuerpo más importante en términos de la evolución humana bien podría ser la pelvis. Mariel Young, estudiante de posgrado del Departamento de Biología de la Evolución Humana en la Universidad de Harvard, vive, según ella misma, “malamente obsesionada” con nuestra pelvis, a la cual ha bautizado “el hueso evolutivo”. Young ha pasado muchos cientos de horas comparando el esqueleto de un ser humano con aquel de un chimpancé, estudiándolo con la intensidad de un artista y la dedicación de un ingeniero.
 
A primera vista, para los no iniciados, ambas pelvis parecen similares. Para Young, en cambio, son bien diferentes. La del chimpancé es alargada y aplanada, y la nuestra tiene esa bonita forma como de corazón. Eso es culpa de la forma en que ambas especies nos ganamos la vida, el chimpancé en los árboles y las manos contra el piso al caminar, y nosotros sentados en una oficina todo el día y caminando en dos patas para regresar a casa. Los lados anchos de la pelvis humana están diseñados para anclar los músculos necesarios para caminar mientras que su forma como ahuecada está diseñada para apoyar el peso de nuestros intestinos, estómago y demás órganos por ahí cerca mientras nos desplazamos del supermercado al gimnasio.
 
Primos cercanos, huesos diferentes
 
Cómo dos especies que están tan emparentadas entre sí pueden tener una pelvis tan diferente es la pregunta básica que se hace la investigadora, quien está recurriendo al análisis genético para entender el acertijo. La respuesta, dice, no está en el ADN en sí, sino en los interruptores que regulan cuáles genes serán apagados y cuáles se encenderán durante el proceso del desarrollo de este gran hueso.
 
Hace tres millones de años, el famoso esqueleto de Lucy (Australopitecus afarensis), que está localizado a medio camino en el árbol genealógico entre nosotros y los chimpancés, ya tenía una pelvis muy parecida a aquella de los humanos modernos, pero su cerebro era aún muy “tipo chimpancé”. Según Young, fue la pelvis lo que nos diferenció antes que nada; el mecanismo que literalmente hizo posible que nuestros estimados ancestros caminaran en dos patas para moverse mejor y poder recolectar el alimento necesario con el cual nutrir esos cerebros tan constantemente necesitados de energía.
Fuente: El Universal

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